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Utilizo métodos «tradicionales» como medio de distanciamiento 
de la intención sobresaturada de la búsqueda de la «novedad».

En las tallas utilizo conscientemente métodos y materiales como la madera policromada, y represento imágenes que estarían probablemente más eficazmente representadas por otros medios menos trabajosos, pero esto es así para resaltar lo material, el contacto con la materia solida de la madera y líquida de la pintura, en una reivindicación de la sensualidad de lo tangible y visual, por encima de lo «conceptual» convertido ahora en una suerte de superstición, y encuentro en la relación del objeto trabajado como una forma de relación intensa del yo y el ello, una relación de contacto físico con el objeto de trabajo por encima de los fines. De este modo la intención de estos trabajos, de estas obras, no es tanto el representar unas imágenes concretas sino el hecho de utilizar ciertos medios. No es tanto el reflejar, sino el ser en sí de la obra misma como objeto de arte. Tallar y pintar como acción e intención última, materia pura, sensación pura. Es crear objetos de arte son en sí mismos una sensación abstracta, una frescura y una libertad por encima de conceptos definibles en palabras. Esa ausencia de significación verbal es connatural a la pintura y la escultura, como J. Kosuth refleja de forma en el fondo llena de ironía al convertir un cuadro en texto, al convertir el texto en imagen «visual» no conceptual, ahí la paradoja. La estética de lo material, de lo físico, de la sensualidad en el sentido de sensación pura, de desbordamiento de la forma y el color, es, si es acertada, algo siempre nuevo y fresco, pues busca su novedad en un río que nunca es el mismo, pues por así decirlo, las esculturas de madera se bañan en un río de pintura que fluye, y nunca es igual.


En estas esculturas y pinturas, busco un «sensacionismo» -concepto que merece redescubrirse como muy necesario- un «beberse con los ojos», comer la pintura y la forma, el objeto artístico que tiene vida en sí mismo, que interactúa con la vida, sin necesitar un libro de instrucciones de uso, ni soportes espúreos. La vida es sensación, es percepción, es incluso ese sexto sentido que es algo tan misterioso como «percibir que percibes”, y eso es la consciencia.


Si un objeto de arte solo busca la novedad o la sorpresa, o llamar la atención con impaciencia, será esclavo de un vacío previo que ningún refuerzo conceptual o verbal podrá arreglar.


Hay en estas esculturas una cierta indiferencia hacia lo reflejado, de tal modo que la escultura o la pintura pretende ser un objeto vivo en sí, su único soporte es el otro, "el espectador”, recordando así el concepto Lacaniano de «yo soy el otro», o «yo soy quien me ve”, y es en este caso, la objetualización del hecho físico de representar con el trabajo en una materia viva. Llevar la acción de nuevo a la materia natural, algo contrario a esa tendencia actual a llevarlo todo a la palabra y la idea, hinchar al perro.


Si el arte actual se ha desvanecido en una carrera por llamar la atención a primera vista, ser nuevo a toda costa se ha convertido en algo viejo, no diré vacío, pues el vacío posee un recogimiento y una “belleza”, por así decirlo, dignas de mejores causas. En esta carrera un poco asquerosa, el arte contemporáneo se ha dejado en el camino algunas cosas que uno cree connaturales a la esencia misma del arte, como lo es la masa de la sangre al cuerpo humano, y son estas cosas la paciencia, el tiempo, el silencio del estudio, el valor artístico del objeto por encima de lo que se pueda afirmar sobre ese valor...

 

Si se me permite decirlo, me gustan mis esculturas porque están detenidas y calladas, parecen meditar  pero además tienen una vida desbordada  o al menos así lo veo, el tiempo dirá.


Para terminar, llega uno a la conclusión de que el arte parece ser todo aquello exento de utilidad o necesidad, idea problemática porque olvida que el arte debe verterse en la vida como algo nuevo siempre y salvífico. Volver a lo físico, a la fisicalidad del objeto, esa especie de sublimación de lo tangible, pues no hay nada más profundo que la piel, y por eso es siempre nueva, y esa búsqueda de la «objetualización» nos recuerda que siempre volvemos a esa piel humana.

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